Microsoft Japón ha probado con éxito el modelo laboral de cuatro jornadas de trabajo a la semana. Pero, ¿es una fórmula viable, necesaria y apta para todos?
De entrada, ¿quién no querría trabajar menos días y tener más tiempo libre? Es casi imposible no fantasear con ello cuando, cada cierto tiempo, un nuevo caso o propuesta aparece en el horizonte en forma de titular. El más reciente, el de Microsoft Japón. La empresa hizo la prueba de reducir a cuatro los días laborables de su plantilla durante el pasado mes de agosto. El resultado: un aumento de la productividad en un 39,9% respecto al mismo mes el año anterior, empleados que se dicen más felices y creativos y una reducción del gasto eléctrico en sus oficinas del 23,1%.
El mismo experimento ya lo había realizado con el consecuente revuelo mediático en el verano de 2018 la empresa neozelandesa de administración jurídica Perpetual Guardian. La disminución de una jornada laboral a la semana conseguía, según el análisis realizado posteriormente, que el 78% de sus empleados pudiera conciliar mejor su vida personal y laboral y que disminuyera el nivel de estrés en un 7%. En este caso, la satisfacción con los resultados llevó a instaurar la medida de manera definitiva. Tanto en la prueba de Microsoft Japón como en la de Perpetual Guardian, los salarios se han mantenido intactos y las medidas implementadas para conseguir reducir las jornadas pasan por facilitar e incentivar formas de comunicación remota, reducir las reuniones –en el caso nipón, con un límite máximo de 30 minutos– y disminuir el tiempo de uso de internet con fines personales.
Aún lejos de la predicción del economista John Maynard Keynes que es inevitable citar en estos casos, que en 1930 auguraba para 2030 jornadas de 15 horas a la semana precisamente gracias a los avances tecnológicos, José María Fernández-Crehuet, doctor internacional de Economía y Empresa de la Universidad Politécnica de Madrid, afirma que “si vemos la trayectoria en nuestro país (y la de nuestro entorno), la tendencia es a buscar fórmulas para acortar la jornada laboral. Ya no todo el mundo trabaja los viernes por la tarde o los sábados. Aunque la paradoja es que por otra parte se han creado empleos para personas que solo trabajan los fines de semana porque la sociedad demanda servicios de lunes a domingo”. Según apunta Fernández-Crehuet, “ha habido intentos mediante ley de disminuir las jornadas, como en el caso que Francia [desde el año 2000 el país tiene jornadas de 35 horas semanas, aunque según señala The Economist, en 2018 la media de horas trabajadas era de 38,9 horas]. Llevamos tiempo probando cosas distintas”.
La digitalización está llamada a flexibilizar el trabajo y acortar procesos, pero no siempre lo consigue. En muchos casos incluso se acaba generando el efecto contrario: alarga la jornada. La dificultad de desconexión digital -ahora regulada por ley en España-, una racionalización de los horarios que, específicamente en el caso español, resulta desastrosa (una o dos horas para parar a comer y jornadas que acaban a las siete u ocho de la tarde dificultando la conciliación ) o el arraigo de la cultura del presentismo son aún trabas a superar en el camino de la reducción de jornadas laborales.
En ese contexto, Marcel Jansen, profesor titular en la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Economía por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, apunta sus reservas sobre la viabilidad de este modelo: “Son experimentos. Se ponen en marcha en entornos laborales altamente cualificados y de mucho valor añadido. Empresas tipo Google, en las que la creatividad y las tareas cognitivas son la base del trabajo y donde hay mucha competitividad para atraer talento -esta es una medida que lo atrae-. En esos casos sí se pueden permitir hacer estas pruebas porque tienen salarios muy altos. Y los trabajadores pueden aumentar la productividad porque están comprometidos con la empresa y quieren quedarse , esto les puede llevar a querer rendir más”. El peligro, explica, es que se de un “efecto luna de miel”. Como recuerda Fernández-Crehuet, mantener el mismo nivel de productividad es complejo. Si la propuesta en algunos casos es concentrar la misma cantidad de horas en menos días, como el del empresario mexicano Carlos Slim que defendía un modelo de 11 horas de trabajo tres días a la semana, hay que tener presente que “la productividad no es la misma si trabajas ocho horas que 12. A la novena estás cansado, tu productividad por hora baja bastante”.
Otra cuestión a tener en cuenta es qué ocurre con los salarios en caso de reducir la cantidad de horas de jornada. Dentro de estas grandes empresas tecnológicas, como apunta Marcel Jansen, los salarios, ya de por sí altísimos, pueden mantenerse. Pero en España, según recuerdan ambos expertos entrevistados, el tejido empresarial está compuesto en un 99,2% por PYMES, en datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo en enero de 2019. «Esta propuesta aumentaría los costes laborales en muchas empresas y esto tiene un coste», señala Jansen. “A este empresario de pequeña y mediana empresa probablemente no le interesa esta medida porque pierde tiempo y dinero”, apunta José María Fernández-Crehuet. Tiempo de formación para el puesto que ha invertido en sus trabajadores y dinero porque, por ejemplo en el caso de comercios, tendrá que contratar a más personal para suplir esa reducción de jornada del primer trabajador. Otro problema posible para el trabajador medio que señala el economista es que “si se reducen las horas de trabajo, seguramente tu sueldo va a ser menor porque produces menos.
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